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Reseñas sobre los libros

Por María de los Ángeles Polo Vega | 2 de Febrero de 2017
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Publicado en Catalejo Habanero

“Aitana descubría el mundo y mi alegría era tanta que yo quería contar sus hazañas de niña acabadita de nacer, su primer paso, la primera sílaba, la primera canción. Ella crecía y yo con ella. Y es que los abuelos, los amigos, las mascotas, las pequeñas flores, todo existe para que la risa vuele”
Y con estas palabras de presentación al lector inicia Asel María Aguilar Sánchez su libro de relatos Agua pequeña, publicado por SurEditores y que será presentado al público el próximo 10 de febrero en el stand de esa colección junto a otro hermoso cuaderno de Fefé de Diego, titulado El reino del abuelo, ambos volúmenes escritos por mujeres y cargados de vivencias, de añoranzas por la infancia, esa edad donde ser feliz es fácil y donde, como también dice Asel , es posible siempre regresar al olor de la madre y al primer maestro, a la camisa abierta y libre y lavar los recuerdos y los sueños en el agua de la ternura.
Y eso es precisamente Agua pequeña, un libro cuya lectura llega al corazón, escrito desde el punto de vista de una niña que comienza a descubrir que le gustan “las rarapalabras”, “que la comida con yerbitas es la única verdad del barrio chino” y a quien,” desde el malecón, el mar le hace sentir que no ha crecido, pero que si en la playa retoza con la espuma, juega a la pelota y se cubre de arena, ese mar, compartido con los amigos luce como una bañadera grande donde echó cada niño un puñado de sal”.
Es un libro en el que cada detalle ha sido cuidado con esmero: Ilustración, cubierta, diseño interior, diagramación, en él José Luis Fariñas como ilustrador alcanzó estatura de gigante e hizo de cada capitular una obra de arte, igual que en aquellos libros del tiempo de los abuelos: portada dura, color en sepia, el papel escogido, la tipografía….absolutamente todo destaca por la exquisitez en la presentación del producto final.
Un cuaderno como para coleccionar y al que le auguro un largo camino por delante, es de esos que pueden darse el lujo de aspirar, con la mayor dignidad, a premios como el de diseño y el de la crítica literaria.

Por Elaine Vilar Madruga | 7 de Febrero de 2019
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Publicado en Portal del Arte Joven Cubano

La autora Asel María Aguilar Sánchez  presenta en Muchacha con frío un país que no se remonta solo a sus fronteras, sino que busca la diversidad de horizontes en un proceso interior y humano que es común…
La soledad y las despedidas en las tantas terminales donde decimos adiós a amores, ilusiones y recuerdos de una época son los motivos principales que articulan las historias de Asel María Aguilar Sánchez. Al menos, aquellas que la autora presenta en Muchacha con frío, libro publicado por Colección Sur Editores en el año 2018. No es este, precisamente, el texto típico que tantas veces nos hemos acostumbrado a encontrar, distribuido en las memorias de varias generaciones de cubanos que se han visto desmembradas hacia los múltiples confines del mundo. Y no es típico porque, aunque los relatos se imbrican en el recuerdo colectivo —hecho artificio ficcional—, Aguilar Sánchez consigue que Muchacha con frío enlace, a modo de capítulos o viñetas sueltas, un cuento junto a un pasaje que podría denominarse, a falta de mejor nombre, impresión.
De esta forma, el libro es una especie de testimonio poetizado, donde la mejor búsqueda del lenguaje se basa en el reflejo del poema convertido en relato. No todas las piezas que presenta el texto son cuentos sino que se estructuran en una especie de palimpsesto/experimento narrativo que revela, a modo de pasaje o de mirada a través de una celosía; los sentimientos, ilusiones y quebrantos de una voz generacional que habla del eros, de la remembranza, de la familia y, sobre todo, una vez más leitmotiv, de la emigración.
Si bien en Agua pequeña —opera prima de esta autora, publicada en el 2016—, Asel María optó una vez más por develar, a través de otro libro atípico, las historias de la maternidad, el descubrimiento del hijo, la salutación a la vida; en Muchacha con frío se va a la otra esquina del cuarto, se buscan diferentes rincones de la experiencia humana. Aquí, Asel María apuesta por otras rutas que no son las de la bienvenida sino que se pierden en las amplias galerías de los aeropuertos humanos, esos sitios para el adiós que no siempre asumen la forma de un edificio arquitectónico, sino que se alzan también en la disposición de la añoranza. El espacio, para la autora, es siempre igual. El tiempo, para la autora, es solo la sucesión de acontecimientos acumulados en la memoria. Esta memoria —puntal indispensable— vertebra los relatos en una arquitectura que no apuesta precisamente por la tradición del cuento, sino por un fluir de imágenes, deseos, soñolencias del pasado que penetran el tuétano del cuento y, también, el tuétano de aquellos lectores que se enfrascan en este viaje. Un viaje común a todos, debo advertir, porque en menor o mayor medida, cada uno de nosotros hemos sido partícipes de esa nave de las despedidas en que tantos y tantos de los nuestros han dicho hola y adiós.
En diversos cuentos de esta antología, las pérdidas de la infancia —su saldo en los recuerdos— surgen como una necesidad que casi exorciza las memorias del pasado. Asel cuenta también desde un humor sutil y muchas veces amargo que carnavaliza la memoria, pero no a modo de un gran desfile de máscaras sino lo contrario: un gran desfile de rostros al aire libre, un gran desfile de identidades reveladas en sus luces y sombras.
Todo parece indicar que la obra de Asel María apostará —luego de dos entregas que ponen fin a un espectáculo de la memoria— por mayores retos. En Muchacha con frío se percibe, por momentos, un aliento narrativo —evocación también sutil— que bien podría introducir la novela. En sus cuentos Idus de Julio, Muchacha con frío y Expiration date, sin dudas los más logrados de la compilación, ya se percibe la voz de una narradora que ha encontrado —o, al menos, se enrola en las vías del hallazgo— una voz que apuesta por lo íntimo y lo mínimo, sin esos grandes aspavientos ni juegos de equilibrio que obnubilan otras escrituras. Para Asel, la sencillez es sinónimo de economía de recursos y de concreción, la cual enriquece desde la manipulación del lenguaje para obtener una mezcla bien lograda de elementos narrativos y poéticos.
Muchacha con frío habla, sin ambages, de un país que no se remonta solo a sus fronteras, sino que busca la diversidad de horizontes en un proceso interior y humano que es común —si bien no igual— para la historia silenciosa y trágica de varias generaciones. En ese elemento, en esa búsqueda, vuela la poética en construcción de Asel María, una autora que —sin dudas— comienza a contar desde la inquietud y la quietud.

Por Elaine Vilar Madruga | 7 de Febrero de 2019
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Publicado en CubaLiteraria

No se puede amar con tanta luz, nos confiesa la protagonista de la historia pero en la posada, la claridad es el grito del testigo, la claridad es el testimonio de algo que se ha filtrado dentro de las oscuridades interiores de estos dos amantes. Ya no son Romeo y Julieta quienes esperan el canto de la alondra, y maldicen a Shakespeare y a la llegada del sol que ponen, necesariamente, pausa y punto final al idilio de una noche de amor. Ahora, Romeo vende sus cintas de VHS —sus clásicos cinematográficos— para pagar el tiempo que compartirá con el hijo anhelado; Romeo se quita la argolla de plata de la oreja, Romeo tiene demasiado sueño, Romeo engaña a los santos, Romeo no tiene fuego ni tiene vela. Romeo es un sátiro, una caricatura shakesperiana. Julieta se activa. Julieta quiere la vela. Julieta añora aún el canto de la alondra y el sacrificio del amado, pero en su lugar solo ve a un hombre verde, color lechuga, advocación de alguna enfermedad, advocación de una identidad que quizás no resulte terrestre, y es que Romeo debe ser apuñalado, necesita ser apuñalado por la historia.

Asel María Aguilar urde esta breve pieza narrativa desde un lenguaje que, por metafórico, no deja de ser comprensible y evocador: el influjo de la poesía, presente en las costuras y en la tela del texto, es un recurso bien empleado en la medida en que no oscurece el discurso sino que aporta en materia simbólica, evocativa. Pues la historia es esto, una memoria distorsionada, el carrete no revelado, esas fotografías que han mimetizado la realidad desde el negativo y que la autora prende, atrapa, rememora: Julieta no teme la burla, Julieta parodia el amor, Julieta se ha convertido en un monstruo desolado que habita y camina por las calles de una pequeña ciudad del mundo.
Desde el recurso de la ironía, desde ese fusilamiento a la imagen idílica de los amantes, desde la revelación de la luz, de lo sucio, de las arrugas, desde la comparación del “nido de amor” con el nido de pollos, desde esa violencia que no se percibe en el lenguaje a simple vista, sino en el repique constante del lenguaje en los sentidos del lector, es que se estructura este relato. Ironía que, en ocasiones, se viste con las galas del humor para resultar menos punzante. Ironía que, en ocasiones, se desnuda a la luz de la vela de Shakespeare para hacer caer el monolito del “felices para siempre”, ese final bucólico y estúpido (demodé) de las historias de amor escritas en el Renacimiento.
Porque Julieta renace, sí, cuando apuñala a Romeo en su sueño, cuando lo deja roncar y gemir por el hijo ausente, cuando se maquilla y se contempla como una puta llena de tinta y con solo una vela como testigo. Julieta ha vencido al gallinero, a la mala observación del amor, al encuentro fortuito. Y es en esta caminata, hasta cierto punto derrota, que Julieta (o Asel) vencen. Ya no existe la vela, se ha consumido, pero cierta luz informe, de una mañana que agoniza en sus comienzos, es también testigo y pabilo. Shakespeare lo habría visto así. O quizás no. A Asel no le importa. Hay muerte en su cuento, hay apuñalamiento, hay sangre (solo que invisible).


Asel María Aguilar Sánchez. Nació el 20 de mayo de 1977 en Manzanillo, Granma, Cuba. Geóloga de profesión, egresada en el 2007 del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”. Sus libros Agua pequeña (2016) y Muchacha con frío (2018) han sido publicados por la Colección Sur, en Cuba. Trabaja actualmente en el Instituto Federal Suizo de Tecnología, ETH, Zurich.


Idus de Julio
A los diez ya se había roto los tobillos, los codos, la barbilla y una tarde, para sobrepasar los límites de cualquier hijo de vecino, se enganchó de la cerca de alambre de púas del patio y se rasgó los párpados. Pensó que eran de lluvia las gotas calientes que le resbalaban del pecho a las piernas. El susto lo dejó sin habla y temió llorar por si las lágrimas se colaran por la herida y le salaran la sangre. Aún conserva las cicatrices en los parpados y la fobia a la lluvia de junio.
Lo conocí en la Casa de la Trova de Manzanillo, y entre guitarra y poesía me contó su vida de calamidades. Era la suya una manera rara de conquistar a una mujer, cualquier canción romántica sonaba a rumba de carnaval al lado de sus cuitas. Para soltar el nudo de la garganta me invitó a un trago; el ron estaba por acabarse, pero por ser asiduo de la Casa rasparon el fondo del garrafón y le vendieron un líquido turbio que dejaba en el fondo del vaso una boronilla masticable. Después de un trago me largué a casa.
Otro día me lo encontré por casualidad, pero esta vez tenía cara de hombre próspero, iba cargando paquetes, jabones de olor y un pescado que arrastraba la cola por los contenes. Estaba verde. No sé si por el reflejo del pulóver o del mazo de lechuga bajo el brazo, el caso es que el hombre se veía verdecito. Me limpié las gafas de sol, me froté los ojos, acomodé con disimulo los lentes de contacto, pero lo seguía viendo verde, sin remedio.
Él hablaba y yo solo podía prestar atención a su cara que cambiaba de color retoño a verde olivo. No estaba enfermo, no era verde de gripe ni de empacho. Le dije a mi madre que saldría esa noche con un muchacho simpático y verde. No te preocupes, hija, los hombres maduran tarde. La abuela me dijo no te atrevas, que eso es el anuncio de una enfermedad. Él me esperaba en la esquina acordada. Apenado me cuenta que en el camino había perdido su dinero y su cartera, no sabe si por robo o descuido. No te preocupes, hagamos algo que no lleve dinero. Hablamos mucho, caminamos sin tiempo, sacándole rosca a la ciudad. En las esquinas evitaba mirarlo, temía una combinación imposible entre en color de su piel y la luz de las bombillas. Le hablé de mi vida lo que creí preciso contarle a un hombre de ese color. Él estaba en mal momento, el divorcio, sus hijos, la casa de su madre. Su familia de gente sencilla que brindan un buchito de café o un bocadito de comida. En su casa, al dinero lo llaman centavito. El cuerpo se me encogía ante esa manía de minimizarlo todo excepto las carencias. Me contó sus sueños, las pesadillas que lo aterraban de noche y sus ganas de morir. Sentados en el malecón o en un quicio me habló del trabajo mediocre y la sopa sin carne de la cena. Un abrazo y fuimos pajarillo, nido o un mar tibio. Descubrí que la dicha se alcanza de formas misteriosas. Su antigua esposa le canjeaba a su hijo por casetes de video, precio que él debía pagar por jugar con ellos al pie de la escalera. Titanic, Moscú no cree en lágrimas y su colección de clásicos desaparecían del estante viernes tras viernes. Cuando se le acabo la colección de películas siguió cambiando el tiempo con su hijo por camisetas, espejuelos, audífonos o libros que nadie iba a leer. A cambio del equipo de música dispuso de fin de semana completo con su hijo, todo un lujo. La argollita plateada que había usado durante años le dejó la oreja deslucida, pero proporcionó una visita al zoológico de la ciudad. Un ocho de diciembre decidimos acercarnos en un hotel de a cinco pesos el cuarto; la habitación parecía una incubadora de pollos, de techo bajo, con una lámpara justo sobre la cama. Las arrugas se triplicaban bajo los 40 watts. Con la lámpara grabada en la retina salimos a comprar velas; no se podía amar con tanta luz. Los quioscos de venta del pueblo estaban con candado; buscando y buscando fuimos a dar a la sala de su casa donde el altar de los santos era una tentación. Un cabo de vela les recordaba, sin éxito, a los santos, allí se les rendía tributo. Abuela, mi novia hizo una promesa, necesitamos una vela y las tiendas están cerradas; tiene miedo que si incumple la promesa algo pase, tú sabes que los santos no ayudan mucho pero tampoco perdonan. La abuela nos miró con ojos de vaca fajadora, de mala gana arrancó el único cabo de vela que iluminaba del altar y nos lo dio, mientras pedía perdón a los santos.
Volvimos a la habitación con el triunfo en la mano y sin nada con qué encenderlo. Era aquella una posada para no fumadores y allí nadie tenía más fuego que el que llevaban dentro y que podían extinguir por unos pocos pesos. Pero somos gente romántica, había que encender la vela a como diera lugar. Me vino a la mente una amiga de la secundaria que vivía a un par de calles y fuimos a su casa; ella, encantada de verme de nuevo y yo, apenada por aparecerme después de una década, a esas horas de la noche y pidiendo candela. Tres veces encendimos la vela y tres veces se apagó al doblar la esquina, hasta que nos prestaron el encendedor. Al fin todo estaba perfecto: la media luz daba al cuarto una perspectiva incitante. Entré al baño con las luces apagadas cuidando el encanto que tanto había costado fundar. Salí desnuda y lista para impuros rituales. Él dormía en la semipenumbra, entre candilejas, como un cadáver que me tocaba velar. Cadáver exquisito. Tarareé a Fito Páez, tomé un trago de agua y me lancé a la cama, pero no hubo beso que despertara al durmiente. La luz de la vela lo rodeaba como cerco de espinos. Dormido tenía un color más potable, un ligero tinte le verdeaba la punta de la nariz y noté que le faltaba medio diente. La vela enseñaba todos los detalles, tal vez por esa oscilación, ese mareo de luz que pone a plena vista el relieve. Intenté sacudirlo, rascarle los calcañales y pellizcarle la nariz. Yo sabía de su agotamiento y sus angustias, su levantarse temprano de cada día, recorrer media ciudad, negociar con la madre del hijo y pagarle con algún objeto para poderlo   llevar a la escuela. Sin contar el cansancio por haber recorrido otra media ciudad buscando una vela que se apagó tres veces. Esa fue la noche de un día duro. De vez en cuando un aullido se colaba en su respiración y él se revolvía en busca de un sueño un poco más feliz.  Velé toda la noche con rabia y ternura. La  vela se consumía en chorros lentos, al tiempo que mi deseo. Los santos se cobraron la ofensa.
Es mala cosa arrancar el día avergonzado. El hombre estiró las piernas y tardó un momento en darse cuenta dónde estaba y en recordar que no me había tocado ni un pelo en nuestra primera noche. Miró el reloj y saltó de la cama. Se me hace tarde para llevar a mi hijo a la escuela, discúlpame, querida, no puedo fallar. Con mi buen comportamiento, algo de dinero y mi cadena de plata tengo casi conseguido el fin de semana con él; me decía mientras se calzaba un zapato en el pie equivocado, o al revés. Ahorita vuelvo. Duerme un poco más. Cerca de la escuela del niño venden pizzas, yo te traigo el desayuno. Portazo, tropezones en la escalera y después silencio. Me vestí poco a poco para intentar reparar mi dignidad deshilachada. Nada sabe la gente de las cosas que pasan o no pasan en un cuarto de motel. Me maquillé para elevar la autoestima. La calle estaba desierta y nadie se percató de mi cara trasnochada, el vestido de noche y mis zapatos de tacón. Parecía una puta despistada a la que no le funcionó la alarma del despertador.

Entrevistas

Por Felix Ernesto Arias Hück | 27 de Diciembre de 2019
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Publicado en Wallstreet International

La Feria Internacional del Libro de Fráncfort, una de las mayores ferias de licencias de la industria editorial, se convierte cada año en octubre en el principal evento para editores, agentes, plataformas, herramientas y traductores. El Invitado de Honor en 2019 fue Noruega, 2020 será Canadá.
Aunque los libros siguen siendo el principal soporte para contenidos en la Frankfurter Buchmesse, la feria ha cambiado su perfil para proporcionar varios espacios dedicados a diferentes soportes para compartir contenido. Entre los seis pabellones que abarcan el recinto ferial en 2019 encontramos el País Invitado de Honor -Noruega- en el pabellón 1, dedicado siempre a dicho país y con un programa especial, sobre todo a la ficción y la novela policiaca, el género de exportación. El pabellón 4, dedicado principalmente a editoriales internacionales, imágenes, literatura alemana, editoriales académicas e instituciones dedicadas, amplía la visión y fomenta los lazos internacionales. El Weltempfang, es uno de los escenarios en el pabellón 4 que recibe al mundo haciendo alusión al Weltempfänger, el radio receptor universal.


Primero es lo primero
Mis primeras 80.000 palabras se títula una exposición de varios ilustradores en Media Vaca, una editorial española con sede en Valencia que reúne a artistas ilustradores de todo el mundo. En el mismo pabellón 4 se lleva a cabo la B3, Biennale Bewegtes Bild, en estrecha colaboración con THE ARTS +, el espacio en la feria de Fráncfort dedicado a las nuevas tecnologías, los medios audiovisuales interactivos, como VR y AR, y nuevos modelos de negocio para contenidos.
Aunque el inglés es el idioma principal para intercambiar y traducir libros a otro idioma, la literatura de habla hispana también está muy presente. Argentina, Brasil, Cuba y otros países latinoamericanos envían sus representantes a Frankfurt. A la Feria Internacional del Libro de Fráncfort se suma este año SurEditores (La Habana) con la presencia de la autora de microficción y narración Asel María Aguilar Sánchez (Cuba, 1977). Ella trae a la feria sus libros Agua pequeña (2017) y Muchacha con frío (2019), ambos publicados por la Colección SurEditores, en la Habana, Cuba.


Encuentros y conversaciones al paso
Entre encuentros con editores, agentes y autores tengo oportunidad de conversar con Asel María Aguilar Sánchez sobre su experiencia como escritora en esta feria de licencias y por ello sobre todo para agentes y editores con altos volúmenes de venta y traducciones.


Asel, estás por primera vez en la feria de Fráncfort y presentando además tu primer libro. Agua pequeña (2017) se me presenta como una colección de cuadros en miniatura desde la perspectiva infantil sobre ese microcosmos que es la familia y el propio barrio. Particular ternura me inspira el texto sobre el bisabuelo Luis1. La microficción parece ser el género apropiado para quienes leemos en el celular. Sin embargo, en SurEditores apuestas por el libro en papel. ¿Qué mensaje implícito lleva esto para ti?
Prefiero el libro tradicional. En esta época de celulares y de prisas el libro de papel es como un oasis, lo abres y te desconectas por un rato. Pero al final lo que importa es leer, da igual si en el celular o en el tablet o la laptop, lo que importa es leer en cualquier circunstancia!


En tu segundo libro, Muchacha con frío (2019) -un éxito de ventas en Cuba además- tratas experiencias de la migración en Suiza. ¿Cómo aludes al paisaje invernal con figuras y metáforas propias del entorno tropical?
Los relatos de Muchacha con frío tratan de nuestras costumbres, la familia, los amores, de la gente de Cuba, sencilla y bondadosa. pero trata sobre todo de las despedidas y los reencuentros: los cubanos andamos por el mundo, lo mismo en la frontera mexicana, que en EUA, que en los Alpes o al pie de las pirámides de Egipto. Es un libro para todos los cubanos y los que aman a Cuba, no importa el país, el color del pasaporte o el paisaje. Para que nunca, pero nunca tengan frío.


De profesión eres geóloga y trabajas en el Instituto Federal Suizo de Tecnología, ETH Zúrich. Saber que eres geóloga influye en mi lectura de tus textos2. ¿Piensas que como geóloga tienes un acercamiento particular a la materia?
La geología te acerca a la naturaleza: a las rocas, a los ríos, te conecta con los procesos que transforman los paisajes, te da otra percepción del tiempo el pensar en términos de tiempo geológico. Creo que la naturaleza siempre conecta con el arte, se complementan. La historia geológica está escrita en los fósiles, los estratos y los plegamientos, las rocas son los libros de los geólogos.


La Feria Internacional del Libro de Fráncfort es una de las pocas oportunidades de conocer en persona a editores de campos especializados de todo el mundo. ¿Ha habido un encuentro que te haya impactado aquí, en la feria de Fráncfort?
Pues sí, me encantó el encuentro con Deutsch-Schweizer-Österreichische Literaturgesellschaft y con Kalima, de los Emiratos Árabes, espero que surjan buenas colaboraciones.


Gracias por compartir.


La Feria Internacional del Libro de Fráncfort 2019 se presenta debido a modernizaciones en la infraestructura del recinto ferial sobre una extensión de área menor que en años anteriores pero cierra con 302,267 visitas y 7.450 expositores de 104 países lo cual representa un leve aumento de visitas. Invitado de Honor para el 2020 es Canadá y se lleva a cabo del 14 al 18 de octubre.


Notas
1El texto es el siguiente: (12) El bisabuelo Luis está ciego y muy viejo. Si oye que llego, él estira las manos y me acerca. Me toca la cabeza y la cara. Yo hago lo mismo, le acaricio la pelusa que parece de cachorro. Cierro los ojos para que no se sienta solo.
2Por ejemplo, al leer: (10) Mami cuenta estrellas y me asusto. Me aprieto los ojos y a su pecho. Ni me asomo. Tan chiquitas las estrellas pero me asustan más que las visitas, y eso que no me piden besos, ni que recite los números o me cuente los dedos de las manos. Las visitas no brillan. No me alcanzan mis números para las estrellas.

Por: Elizabeth Reinosa Aliaga | 7 de Febrero de 2019
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Publicado en UNEAC

Son variadas las propuestas que ofrecerá a los lectores la Colección Sur durante la Feria Internacional del Libro de La Habana. Este año la editorial, de una amplia trayectoria en la producción literaria cubana, ha preparado una abarcadora propuesta para los más diversos gustos. Ubicada en el stand J5 de la Cabaña, Colección Sur se sumará al homenaje a la capital en sus 500 aniversarios con la presentación de La poética Habana. Selección de Ángel Augier, una colección de cien poemas dedicados a la ciudad.
Tres obras de relevancia dentro de la literatura cubana fueron reeditadas para esta feria: Los párpados y el polvo, de Fayad Jamís; Que veremos arder, de Roberto Fernández Retamar y Enemigo rumor, de José Lezama Lima.
Como homenaje a Argelia, país invitado de honor a esta edición de la Feria Internacional del Libro, y una invitación a los amantes de la poesía, se presentará el poemario Ciudadanos de belleza, de Jean Sénac.
Otro de los empeños de la Colección Sur para este encuentro literario es la difusión, en idioma español, de títulos que prestigian la literatura china contemporánea. En esta ocasión se presentarán Del leopardo de la nieve a Maiakovki, de Jidi Majia; Poemas, de XiaoXiao y Pájaros del bosque, poetas chinos actuales, de Sun Xintang.
La literatura infantil también tendrá su espacio en el stand J5: ¿Libro, puerto o garabato?, de Soleida Ríos, servirá no solo de entretenimiento a los más jóvenes, sino que también será de provecho para fomentar la lectura en las nuevas generaciones.
La música y las artes plásticas, en su imbricación con la literatura, también estarán representadas con altos exponentes: El ensayo Música e identidad. Impronta de la música en la identidad y la sicología social del cubano, de Oscar Oramas Oliva, prologado por el Dr. José Loyola Fernández;  Candil de nieve, obra del trovador Raúl Torres y Ngonda Carire / Luna encendida, de Zayda del Río.
Una pasión inútil. Muerte y libertad en la obra filosófica de Jean Paul Sartre, de Jorge González Arocha, propone una visión ensayística alrededor de estos dos conceptos en la obra del filósofo francés.
La novela Desde el Sur del español Miguel Manzanera Salavert y el volumen de relatos Muchacha con frío, de Asel María Aguilar Sánchez representan dos propuestas interesantes para los seguidores del género narrativo.
Exposiciones, conferencias, puestas teatrales, proyectos comunitarios, audiovisuales, conciertos, lecturas y presentaciones de libros formarán parte del  variado programa cultural de Colección Sur Editores durante la Feria Internacional del Libro de La Habana.

 

Por: Elaine Vilar Madruga | 18 de Marzo de 2019
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Hace unos pocos años me presentaron a Agua pequeña, el primer libro de Asel María Aguilar. Entonces no sospechaba que la amistad se abriría paso, algunos meses después, al conocerla. Desde entonces, Asel María ha formado parte de ese mundo de referencias literarias que se encuentra cercano a mí, no geográficamente pero sí por las afinidades misteriosas del afecto. Conversar con ella siempre es placer y fiesta. En esta ocasión también los invito a ustedes a pasar y a compartir algunas preguntas, algunas respuestas y un poco de virtual café.

 

Tu vida profesional no tiene nada que ver con el mundo de las letras, ¿cuándo tomas el camino de la ficción y por qué?

Me decidí por la ciencia, la Geología, la microscopia óptica y electrónica; investigar ha sido y es una de mis pasiones. De pequeña le pedí a mi madre un telescopio de juguete pero ella, la pobre, escuchó mal y me regaló un microscopio pequeñito. Yo, que ansiaba las estrellas, tuve que conformarme con las células de la cebolla. De ahí probablemente el origen de mi vocación profesional.

Pero mi vida familiar, desde siempre, ha estado cerquita de las letras; prácticamente nací y me crie en la Casa de la Cultura de Manzanillo, entre artistas y reuniones de poetas. Cuando tenía once o doce años alguien me preguntó si estudiaría literatura o periodismo. Recuerdo que respondí, con mucha gracia, que alguien en la familia tenía que ocuparse de las cosas serias. Mi padre es poeta y me encanta decir que mi madre se hizo DJ cuando aún no existían las discotecas. Mi otra gran pasión es la lectura y me parece que ese vicio, la necesidad de leer más que comer, desde que tengo memoria, fue lo que me trajo a la escritura. Tuve que esperar tener más de treinta años para hacerla.  

¿Se decide ser escritor?

El impulso de escribir no me parece que sea una decisión, es un resorte más interno y más íntimo. Escribir una frase, borrar, desmandarse e intentarlo otra vez requiere genio y voluntad. Creo que lo que sí se puede decidir es dedicarle más o menos tiempo a la escritura, a investigar, estudiar y depurar el texto, a coger oficio. Poco a poco, lo que escribes empieza a parecerse a ti.

 

¿Hasta qué punto marcan tu historia de vida y tu experiencia, aquello que cuentas desde la ficción?
El entorno familiar y Manzanillo —mi ciudad natal, vasta en tradiciones culturales y que todavía hoy conserva un encanto, una magia que no sé si viene del mar, de la glorieta o de sus gentes— influencian mi ficción. Pero más aún, las peripecias de mi juventud, las escuelas rurales, el trabajo en el campo, las marchas geológicas, la vecindad con la naturaleza y con la gente sencilla que tiene siempre a punto una palabra graciosa o una ayuda, influyen en la persona que soy y, por supuesto, en lo que escribo.

Entonces es cierto que mi vida y mi gente están muy presentes en mis libros. Me puedo imaginar que, al inicio, el escritor se toma a sí mismo como base material de estudio. Creo que, pasada esa fase de egocentrismo literario, es cuando viene la creación de veras, la genuina, las historias de pura ficción, el placer de tejer tramas donde el escritor goza mientras crea y no mientras recuerda.

Corre por tus venas sangre de poetas, ¿el don se hereda?
La genética debe de hacer lo suyo. Pero no creo que sea imprescindible poseer cierto gen para ser creador o poeta. La curiosidad y las vivencias, la belleza extrema, el dolor o la ternura, el detalle más mínimo que uno se pueda imaginar le pueden sacar la musa a cualquier hijo de vecino.

De alguna manera, la visión del emigrante está presente en tu trabajo. Pienso, sobre todo, en tu más reciente libro, Muchacha con frío. ¿Desde dónde, espiritualmente hablando, escribiste este texto? ¿Qué te interesaba contar?
Muchacha con frío viene desde la nostalgia. Lo escribí hace más de una década, pero también podría haberlo escrito ayer o cada vez que piso un aeropuerto y veo un pañuelo mojado o una familia que se distancia. Quería contar de los adioses y reencuentros, promesas y dolores. También quería escribir de paisajes recién descubiertos y abrazos de bienvenida. 

Ya sé que la emigración es un tema mil veces tocado en la literatura universal y ni hablar de la literatura cubana; pero no por trillado deja de calarme y darme frío. Es una suerte de historia sin fin. Hay temas y experiencias que uno lleva, por tiempo, como una cola o una mochila, hasta que un día los sueltas a bolina y si se elevan o se hunden, ya no importa. A esos relatos les di mil vueltas, los pasé mil veces por la criba de la nostalgia y les di vía libre.

Yo necesitaba escribir Muchacha con frío para poder seguir haciendo literatura.

Tus textos coquetean todo el tiempo con la literatura testimonial. ¿Un escritor exorciza su tiempo, su espacio, su experiencia de vida, a través del arte? ¿Piensas que tu trabajo apostará por otras vías de creación en el futuro?
El arte sirve, a mí me ha servido, para analizar y desterrar unos cuantos demonios de la época. Me refiero a asuntos de familia, la política, la moral y la cultura conservadora de los pueblos pequeños. El arte te acerca a la comprensión que es la premisa de la realización; te vuelve más ligero. Los escenarios geográficos y del pensamiento en los que se mueve el escritor moderno más allá del barrio o la ciudad natal, el mundo digital, el correo electrónico y la internet, con sus leyes y su propio lenguaje, son retos para el que escribe y al mismo tiempo, un mundo de infinitas posibilidades y personajes.

Lo que escribo actualmente se aleja del testimonio; pero te cuento que soy fanática a narrar en primera persona, me encanta esa intimidad, esa relación de amantes entre el personaje y yo. El erotismo hasta ahora se ha mantenido a raya en mis libros, situación que va a cambiar en la novela que me ocupa ahora mismo. Puedo imaginarme en el futuro incursionando en el periodismo, en el guion de cine y hasta en el humorismo, para aprovechar los momentos de borrachera seca que me vienen de vez en cuando.

Pienso, ahora mismo, en el personaje hembra, en el personaje-madre que aparecen constantemente en tu trabajo, quizás con mayor fuerza en Agua pequeña, tu primer libro, pero también de manera consciente en tu más reciente entrega literaria. ¿Hasta qué punto te interesa mapear la identidad femenina en tu narrativa?
La mujer es tan rica, hay tanta tela por donde cortar y da lo mismo que sea niña, adulta o anciana. Sí me interesa mapear la mujer en mi narrativa, en mil versiones distintas de sí misma: la madre, la hija, la hembra, la que sufre, la erótica, la creadora, la del poder, la que sucumbe. Mimar a la mujer y honrarla es mi manera de vivir y presiento que mi narrativa va a estar llenita de mujeres.

Hemos hablado un poco de tus dos libros hasta ahora publicados, Agua pequeña y Muchacha con frío. ¿Cuánto tiempo medió entre la escritura de uno y otro, y cuáles son las evoluciones más perceptibles que sientes entre ambos textos? ¿Piensas que el escritor tiene el deber de presentar siempre a su público una obra mejor que la publicada anteriormente?
Los dos libros los escribí en el 2006. Agua pequeña, el libro de mi hija Aitana, lo escribí en una noche. Fue como una estampida, esa clase de relatos que sencillamente una noche no te dejan dormir. Muchacha con frío lo terminé en el 2007, me tomó tiempo pulir un poco los relatos y más de diez años en publicarlos. De alguna manera, los dos libros tienen el mismo tono.

Con suerte y voluntad uno evoluciona para bien en el ejercicio de la escritura. Mi ideal es que el escritor presente cada vez una obra con un tono diferente y con más cuidado del lenguaje.

Para muchos no es secreto que el mundo de lo literario está plagado de luces y también de sombras, ¿cómo prefieres vivir la literatura?, ¿cuál es tu senda?
Tengo ganas de escribir historias, muchas historias por varias razones. La primera es que, dejadas atrás las angustias del escritor que comienza, la escritura me divierte, me saca las lágrimas de vez en vez, pero me hace gozar y reírme yo sola mientras escribo, sin dejar de ser una necesidad vital. Escribir me da tanto placer como la lectura y esa es una sensación muy nueva. Me gustaría, en lo adelante, lograr una prosa ágil y graciosa, desnuda de pretensiones y con más sentido del humor. Quiero escribir con sistematicidad y ese es el plan.

Ahora recuerdo a mi profesor de ETH Zurich, Robert Flatt, un hombre que no deja de sorprenderme como científico y como ser humano. Trabajamos en una universidad que ha generado 21 premios Nobel, incluido Einstein. Cuando alguno de sus científicos obtiene premio en algún congreso, el profesor Robert lo honra, lo felicita y además le pide de favor tomarse una foto usando unas orejitas de conejo rosadas, que él guarda para la ocasión. La idea es que los científicos celebren el éxito sin que, al mismo tiempo, se tomen demasiado en serio a sí mismos. Podría ser que esa es la clave para el buen trabajo y para atraer el espíritu creador. No sé si este principio, que tan bien funciona para la ciencia, se pueda aplicar a la literatura.

¿Has pensado alguna vez en escribir poesía?
No. Yo asocio la poesía con la síntesis, brevedad, imágenes.  No creo que se me dé bien; tengo la lengua muy larga y ganas de contar historias.

Eres graduada del Centro Onelio, ¿sientes que esa formación fue capital para tu desarrollo como escritora, o podrías haber prescindido de ella?
Fue indispensable. Aprendí mucho en el Onelio. Allí decían que lo mejor era estudiar las técnicas narrativas y después olvidarlas y eso fue lo que hice. Pero cuando escribo y los adjetivos están por colarse en mi texto, me acuerdo de Heras León y los mantengo a raya. Y ni muerta doy el parte del estado del tiempo al inicio de una historia, que para eso está Rubiera en el noticiero de televisión. Técnicas narrativas aparte, fui muy feliz en el Onelio. Cada sábado borraba los pozos de petróleo, los microscopios, la cocina y los quehaceres, y lo único que existía e importaba en el mundo eran los cuentos.

En la literatura, ¿qué es lo no prescindible para ti?
La honestidad. La buena literatura solo puede venir desde la honestidad del autor, sobre todo, para consigo mismo.